ImagenJimmy Weinstein Group – Nostalgia – 1993

Inicio una serie de posts en la que los discos vendrán de dos en dos porque se asocian en mi vida por diferentes razones, unas veces afectivas, otras puramente musicales o bien por una mezcla de ambas. En este caso me ocupo de dos discos que compré a pie de escenario y que me ayudaron a transitar a tiempo real por un momento muy interesante del jazz, o de lo que algunos dieron en llamar «música creativa«. Los he recuperado estos días, el primero de una de esas muchas cajas que se hallan a la espera de que encuentre una ubicación más espaciosa para ser definitivamente desembaladas, el segundo por pura casualidad unos días después, mientras deambulaba por el Spotify en busca de algo que no recuerdo si llegué a encontrar.

A Jimmy Weinstein lo vi en la Galería Altxerri de Donostia, lugar que ha aparecido en entradas anteriores y volverá a aparecer porque en aquellos años 90 era prácticamente la única sala donde pasaba algo interante en este sentido (para ser justos en el Be Bop también, pero menos). Me viene a la memoria el olor del Cantábrico, las noches de un jueves cualquiera de otoño, lluvia, jazz, gigantescas olas en época de mareas vivas. Hermosa sensación recordarlo mientras escucho melodías que conforman el mapa sonoro de mi vida y que probablemente tienen gran influencia en como entiendo la música, como percibo el mundo. Con Jimmy Weinstein descubrí que un batería podía ser líder una formación y no solo eso, sino componer! Yeah! No es que no conociera antes algún disco de Art Blakey y sus «Jazz messengers» por ejemplo, pero a diferencia de este, Weinstein no era Historia de la música. ¡Aquello estaba pasando delante de mis narices!

Este disco me ayudó a comprender una nueva manera de emplear el concepto de «rubato», algo que se usa, se usó y se usará en música pero que en esta etapa representaba algo más que un recurso, casi una corriente filosófica. La ausencia de un tempo fijo, varios músicos tocando a la vez pendidos del aire, esa sensación etérea que se percibe ya con las cuatro o cinco primeras notas de Happy House de Ornette Coleman, tema de uno de los grandes innovadores en el jazz y un maestro del «stolen time», con el que se abre el disco. Ahí lo tienes. Jimmy Weinstein es una parte de mi educación musical, gracias ahora por todo.

Por si fuera poco, hay discos que pasan casi desapercibidos con una gran tendencia a ser olvidados, quedarse archivados en algún recóndito armario o disco duro de alguna pequeña discográfica proclive a desaparecer, y entonces chao… pero este disco lo reeditaron en 2007 y creo que es una gran noticia. Desde luego se merece tener ni que sea la posibilidad de permanecer para ser escuchado por alguien más en cualquier momento. Es por eso que hoy está en spotify y así parece tener garantizada su estancia con nosotros.

ImagenChris Cheek – A Girl Named Joe – 1997

El disco de Chris Cheek no representa para mi, sin embargo, algo tan concreto como el anterior, aun pudiéndolos clasificar a ambos dentro de la misma corriente musical, dentro de una misma gama sonora. Sin embargo, si puede aglutinar muchos imputs que a la postre dieron con mis huesos en Barcelona. Era en esa ciudad de la modernidad donde se trataba de hacer el Jazz del momento, antes de que todo dinamitara en un caleidoscopio estético a través del cual cuesta saber exactamente que ocurre porque ocurre de todo. La perspectiva siempre ayuda y por eso escribo ahora sobre el pasado. Entonces Barcelona ejercía de «meting point» entre los músicos de jazz de la península y los del otro lado del charco. No era difícil ver a jazzmen de aquí y allá tocando juntos en la ciudad. Esto también se fue difuminando con el tiempo, yo al menos dejé de estar allí. Ahora tal vez pase también pero no en mi planeta, tal vez un poco lejano, algo escondido… tal vez.

En este caso los pupilos que crecieron al amparo de Paul Motian (otro batería líder de proyecto) en la Electric be bop band comenzaban su andadura en solitario ayudando a generar un nuevo sonido, una nueva forma de interpretar el jazz. El proyecto de Motian supuso para muchos músicos un pequeño empujón, y pasaron por el un buen número de guitarristas y saxofonistas de los que ahora puedes escuchar sus discos en solitario, comandando su propio proyecto. La evolución siempre es constante, nunca se detiene aunque la línea que sigue puede ser realmente intrincada y difícil de seguir a tiempo real.

En cualquier caso ambos trabajos discográficos son los más representativos para mi de ese momento tan particular, de un movimiento concreto dentro del Jazz. Tal vez haya mejores discos, más determinantes para la Historia con mayúsculas, pero estos lo son de la mía.

Me despido por ahora con  una invitación a la escucha activa, pues clara es la intención de divulgar y no sin motivo determinado, ya que realmente pienso en la belleza y en la poesía que hay en la música como mi vía preferida para hacer del mundo un lugar más interesante, vivible y hermoso. Saludos desde mi montaña!

Scar – Joe Henry

julio 8, 2008

 

Opaco. No es oscuro, es bonito. Bonito y opaco. Suena mate. Y me gusta. Me gusta como suena, mucho. Luego me doy cuenta de que es un disco de canciones. Con música, eso si. Con espacio para la música. Comunión entre dos elementos que muchas veces están subordinados el uno del otro.

Normalmente cuando se hacen canciones la música esta pensada para acompañar sin molestar, fundirse hasta desaparecer con la melodía y el texto, sin vocación de tener una voz propia. Cuando la música tiene el poder, pasa algo parecido. El texto queda en un segundo plano, relegado a una serie de coros reiterativos, un mero artificio para excusar un patrón rítmico y el desarrollo de melodías de solistas ávidos. También se han molestado muchas veces al querer compartir protagonismo, y esto quizá sea más culpa de la música que de la canción, aunque podríamos hablar largo y tendido sobre ello.

Pero este es un disco de canciones, se podría decir en cierta medida que es un disco de pop. Y me da envidia. Pienso; quiero hacer algo así. Vaya, me gustaría. Pero claro… me paro a pensar y me digo a mi mismo que tengo que hacerme mayor. Tengo que estudiar, volver al colegio… a ver si recupero alguna clase que seguro me perdí!

Luego ves los nombres de los músicos que reunió para este proyecto este cantautor, músico y productor californiano, y no sabes si te quedarías más perplejo al escuchar lo que les hizo grabar sabiendo que eran ellos los que tocaban, o si después de haberlo escuchado te hubieran dicho quienes eran. Excepto quizás Ornette Coleman, cuyo saxo indomable resalta y a la vez se empata de una manera que parece haber venido de otra galaxia. Y le gustó el jamón y el vino, se quedó y todo bien, pero es de otra galaxia, seguro.

Me’Shell NdegéOcello al bajo, esta mujer autora de varios e interesantes discos y figura muy importante en la evolución del A&B, trabajando codo a codo con uno de los baterías más recalcitrantes e interesantes del jazz actual, Brian Blade, en la base rítmica. Y por arriba, el piano de Brad Mehldau (el pianista sin duda más importante de la música improvisada) y la guitarra de Marc Ribot (otra vez, lo sé) van tejiendo texturas y creando situaciones sobre las que Joe Henry presenta sus canciones. Quizás la magia reside en que nadie juega en casa, y todos están buscando su sitio. Todos están tocando otra música, distinta a la que hacen cada día en sus proyectos. Y el resultado del experimento es magnífico. También la aparición de las cuerdas ayuda a darle a la ecuación cierta cohexión final, como la harina en una salsa, como el perejil de Arguiñano. 

Un montón de ideas frescas en la producción, ejecutadas perfectamente y con el aire que solo le pueden imprimir a la música unos pocos cracs. Quizás uno de los discos que me ha gustado más en los últimos tiempos. De esos que te hacen recuperar la fe en el ser humano, en el arte y en la música en particular.